Por SARA SÁNCHEZ
Barcelona ha sido la ciudad elegida para el estreno europeo de «Bona Gent», la obra escrita por el premio Pullitzer David Lindsay-Abaire. En 1 hora y cuarenta minutos, el público puede conocer los intentos que Margie Walsh lleva a cabo para reiniciar su vida. Walsh, interpretada por una soberbia Mercè Arànega, pierde su trabajo aún con el riesgo de tener que abandonar también su casa. Por lo tanto, es predecible como avanzará la trama: la protagonista busca recuperar el rumbo de su futuro.
Aparentemente, esta sinopsis, vuelve a retomar un tema de gran actualidad como es la complicada situación que viven muchas familias. Cualquier clase de espectador podría echarse atrás ante esta temática. Aborrece ya. Pero no en el caso de «Bona Gent». Cada frase del texto consigue atraer más al espectador.
Parece difícil como un asunto tan delicado como el que presenta el argumento, pueda combinarse con una inagotable dosis de humor. Pero el director de moda, Daniel Veronese, lo consigue sin dificultades manifiestas. Los protagonistas asumen las complicaciones que deben afrontar y deciden sobreponerse a ellas sin lamentos. Eso, precisamente, es lo que permite que el espectador no tema reírse de las desgracias ajenas durante el transcurso de la función.
La obra, sin entreacto, consigue distraer a los asistentes gracias al estilo personal de Veronese. Su sello, la naturalidad en los diálogos, es lo que concede ritmo a las escenas. A parte de las actuaciones más verosímiles que se pueden encontrar tanto por parte de Arànega como del resto del elenco.
El precio de la entrada, uno de los más caros de la actual cartelera, es el principal impedimento que se le puede adjudicar a presenciar «Bona Gent». Pero no lo deberíamos considerar como tal si tenemos en cuenta el trabajo que realiza todo el equipo para conseguir el efecto que la obra suscita en el público. Este no sólo se evade durante la representación sino que a la salida del Teatre Goya-Codorniu, la reflexión sobre cómo se encaran las cosas es inevitable. La premisa de la obra se reduce a la importancia de las consecuencias de las decisiones más banales. Puede sonar presuntuoso, pero realmente «Bona Gent» debería ser de asistencia obligatoria.