Entrevista con Marcos Morau, director y coreógrafo de Siena con la compañía La Veronal
Por IRENE BENEDICTO
Marcos Morau ve el mundo a través del filtro de la danza. “Es la locura del creador. Es apasionante estar todo el día ideando cosas”, sonríe, “pero es frustrante cuando te das cuenta de que la realidad siempre es mejor que la ficción. “Cuando entré en una sala de esgrima por primera vez y vi a todo el mundo entrenando, por hileras haciendo combates sobre las pistas, con el sonido de los hierros cruzándose, pensé que jamás iba a conseguir una escenificación mejor.”
El antiguo Mercat de les Flors es ahora un teatro con una peculiar luz dorada que se cuela por las ventanas que se abren arriba del alto techo. Marcos nos conduce al interior como si nos invitara a su propia casa. Aquí, en Barcelona, ha establecido su sede mientras va instaurando las bases internacionales de la compañía. La meteórica carrera de este joven coreógrafo y dramaturgo le ha hecho saltar de repente a la fama y su agenda ha quedado repleta entre ensayos y entrevistas.
Lo que se ve sobre este escenario no es la realidad tal cual, sino evocarla. A través de la hibridación de las diversas artes, consigue lo que llama danza total, una mezcla única que no se puede encontrar en el exterior. Por eso, en su última obra, Siena, Marcos utiliza la esgrima como “un puente, a medio camino entre el deporte y la danza”.
Primero surgió la idea, recuerda: “Quiero hablar del cuerpo humano”. Luego, se conecta con una ciudad y entre esos dos puntos “se genera un laberinto, que es donde está la pieza”. Así nació Siena, en el origen del humanismo, cuando el hombre se coloca en el centro del universo.
Marcos Morau quería homenajear a Siena, la que iba a ser la ciudad renacentista por excelencia hasta que a consecuencia de una peste, todo se trasladó a Florencia y quedó relegada a un segundo plano. “No, nunca he estado en Siena”, reconoce, “le di vía libre a mi imaginario: lo que sucede en el escenario es ficticio, un juego de puesta en escena.”
Gracias al cruce de disciplinas del equipo de La Veronal, construye lo que ellos definen como espacio artístico global, que trata de combatir la endogamia propia de la danza contemporánea. La comunicación fluye entre la danza y el teatro, la palabra, el cine, el sonido… “¿Por qué prescindir de las otras disciplinas, si me ayudan a contar una historia, a transmitir una emoción?”, se pregunta Marcos.
En Siena, toma referencias del cine de Lynch o Hitchcock para crear la atmósfera de misterio, la trama. Otra fuente de inspiración para Siena ha sido la pintura. Un cuadro renacentista cuelga como telón de fondo durante toda la obra. Pero la influencia de Tiziano, Rafael o Caravaggio va más allá: el coreógrafo se inspira en los personajes de sus cuadros y esculturas para modular el gesto que adoptan sus bailarinas.
Marcos es constructor del movimiento. Se pone en el lugar del espectador y a partir de los movimientos de los bailarines, los va ajustando a la idea que desea transmitir. Él no puede ejecutar los movimientos que les pide, porque nunca fue bailarín, su amplia formación es como coreógrafo y dramaturgo. “En interpretación, no tienes que imitar a nadie haciendo de Julieta. Tienes que estudiar el personaje y hacer un proceso de trabajo que te va a llevar a ti a encontrar tu Julieta.” Requiere trabajo de esquina, cada bailarín consigo mismo, con el espejo. “Esto es bueno desde un punto de vista creativo, pero lento desde un punto de vista práctico” razona. Así, consiguen dejar al espectador abstraído, intentando comprenderlo todo.
Pero el arte contemporáneo no hay que entenderlo “hay que vivirlo, estar allí para dejarse llevar, lanzarse a ese vacío que nos proponen y ver qué pasa”, nos insta Marcos. Esa es la marca que La Veronal está decidida a seguir constituyendo y exportando. El nombre viene de un antidepresivo. Dicen que la primera persona que tomó un veronal, cogió un tren y se despertó en Verona. Marcos reconoce entre risas que sus trabajos son más bien depresivos, “pero una imagen impactante nos puede dar miedo y gustar a la vez. A mí me aterran los tiburones y no puedo dejar de mirarlos” confiesa, y concluye “el ser humano es un poco morboso”.